miércoles, 1 de abril de 2009

La caza

Por mucho tiempo he coleccionado cabezas que cuelgo en mi pared, son pocas, pero son muy preciadas. Han sido anheladas por grandes cazadores que al cabo de algunos años se volvieron locos por no poseerlas. Las observo con satisfacción mientras doy una bocanada de humo proveniente de una elegante pipa, obsequio por cierto, que cubre esos ojos muertos. Curiosamente percibo una leve sonrisa en cada una de ellas, una sonrisa algo burlona, insolente, desafiante. Pronto siento una clavada en mi pecho, el recordatorio de esas garras que se incrustaron en el lugar más expuesto de mi ser. Pero me siento segura, son animales que formaron parte de mi bosque, MI bosque; lobos en su mayoría y algún cervatillo asustado que vistió la piel de una gran bestia, que aunque no pertenece al muestrario, conservo su lengua. Dudo… debí utilizar las balas de plata? Lo dejé ir o se escapó? Qué más da, es un ciervo, no representa ningún peligro para mi bosque. Sirvo dos copas de vino tinto con el fin de celebrar. Espero por un par de siglos y el brebaje disminuye. No seguiré esperando, ya no. Mientras, tomo mi rifle y lo limpio, pues quedó un tanto sucio tras la última temporada, hago un racconto de mis días de gloria. Recuerdo como cacé a esas bestias, a cada una de ellas las conservo en la habitación más importante de mi hogar. Pero un ángel que ronda estos espacios me trae una bandeja con una fotografía y una imagen plasmada en ella. Recuerdo a ese lobo, hermoso, de pelaje azul y ojos verdes, un lobo que por casi una década me hizo pensar y hasta sentir que yo era una loba también. Ese lobo que antes de cazarlo intenté domarlo, mas su naturaleza es distinta a la mía aunque ambos seamos salvajes. Es extraño, pero mientras observo mi trofeo mueve una oreja. Detalle. Lo dejaré pasar por esta vez. Repaso por algunos segundos esos bellos momentos casi como si estuviera a un paso de mi deceso y observara la vida volar ante mis ojos. Sonrío instantáneamente rememorando pecados y decido consultar a mi buen amigo el Oráculo... deberé cerrar con un candado esa habitación y arrojar la llave?. Obtengo como respuesta una negativa y se retira de mis aposentos. Sé lo que debo hacer, sé lo que haré. Raudamente preparo mi traje de caza, mi rifle y un par de víveres. El ángel me acompañará donde vaya, por lo que debería sentirme tranquila, pero es tan frágil e inocente que seré yo quien le brinde protección mientras dure la eternidad. Dejaré el bosque, MI bosque, en el cual me sentía cómoda. Pero adoro los desafíos, me insertaré en el corazón del África subsahariana sin pensarlo dos veces. Llega el día y me armo, el ambiente es muy distinto, cargo mi rifle con balas de oro, pues la ocasión lo amerita, mas veo y conozco grandes felinos que huyen de disparos que no viene de mi arma precisamente. Un león corre despavorido cerca de mi y descubro con horror y placer que balas de platino se dirigen hacia mí. La caza comenzó, me reconozco, al fin me despojo de mi traje y desnuda corro como el animal salvaje que soy, libre y nerviosa, río pues la emoción agita algo más que ese pedazo de carne que limpia la sangre. El miedo inicial sólo dura un par de minutos y comienza el juego. Escondida, observo y analizo cada paso de los cazadores. Estrategias que me atraen, pero no caeré facilmente, debo cuidar a mi pequeño gran ángel. Sí, soy una bestia, un ser mitológico, un animal con un rifle y municiones de oro.


VADE RETRO